Una gran nevada

(También disponible como audiocuento).
Excursión de Tina y Leo a la nieve
Tina y Leo estaban merendando un trozo de queso con pan cuando, a través de la ventana de la cocina, han visto que comenzaba a nevar. Primero despacito, un copo, otro copo, y luego cada vez más rápido, hasta que apenas podía verse desde la ventana el árbol del jardín.

Atila, el perro de los mellizos, ha entrado en casa cubierto de nieve. "Pero si parece un oso!", ha dicho Leo riendo.

Todos miraban cómo nevaba por la ventana. Poco a poco, la nieve ha dejado de caer. ¡El jardín estaba completamente blanco!

          - Tengo una idea, ha dicho mamá. Vamos a abrigarnos bien y saldremos a jugar con la nieve en el jardín.
          - Podemos construir un gran muñeco de nieve!

Papá ha apilado la nieve con la ayuda de Tina y Leo. Hasta que Tina le ha lanzado un puñado de nieve a Leo, que no lo ha dudado y le ha frotado la cara con un poco de nieve. Lo que ha empezado como una broma se parecía cada vez más a una pelea. Papá les pedía que parasen, Tina ha empezado a llorar... Alarmado por tanto alboroto, Atila ha llegado a todo correr... y ha destrozado el cuerpo del muñeco que estaban construyendo!

          - ¿Pero qué ocurre aquí? Mamá salía en ese momento de casa con una zanahoria, dos mandarinas y un viejo sombrero de papá.
          - ¿Por qué llevas todas esas cosas?, ha preguntado Tina
          - La zanahoria es la nariz y las mandarinas son los ojos. El sombrero es para que el muñeco no pase frío. ¡Pero ya no tenemos muñeco!
          - Tendremos que comenzar de nuevo, ha dicho papá.
          - Pero yo tengo las manos mojadas. Mamá, ¿por qué tengo las manos mojadas si no hemos jugado con agua?

Mamá ha explicado a Tina y Leo que la nieve no es más que agua muy fría. Luego ha cogido nieve en su mano y los mellizos han podido ver cómo se derretía.

Con la pelea ya olvidada, se han puesto de nuevo manos a la obra. Han construido el cuerpo de nieve y la cabeza. Han puesto los ojos, la nariz y el sombrero. Qué muñeco tan bonito!

Ilustración: Ana del Arenal

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La tortuga patinadora

También disponible como audiocuento.
Cuento de la llegada del invierno al bosque

En el bosque también llegaba el invierno y empezaba a hacer mucho frío, tanto que el río se había helado y los animales ya no se podían bañar en él.

-¡Qué pena!-  pensaban la liebre y el castor -¡Con lo que nos gusta bañarnos y nadar en el río!-
En cambio la tortuga estaba contenta, a ella el agua no le gustaba mucho. Era una tortuga de tierra que solo metía sus patas en el agua cuando hacía demasiado calor, nada más que para refrescarse un poco. Pero le daba pena ver al resto de los animales tristes, porque decían que eso de bañarse en el río era muy divertido, y ahora en invierno no podían darse un chapuzón.

-¡No os desaniméis! Con el río helado también nos lo podemos pasar bien, ¡podemos patinar en él!-
-¡Qué idea más genial!- gritaron la liebre y el castor, al tiempo que daban un salto al río helado. 

¡Menudo resbalón que se dieron! A la tortuga no le había dado tiempo a explicar que para patinar había que entrar despacito en el río y que poco a poco había que delizarse por el hielo.

Y para evitar más resbalones, la tortuga decidió darles clases de patinaje a los animales. Como patines utilizaban unas enormas hojas verdes que ponían bajo sus patas, y con ellas se movían por el hielo como unos verdaderos patinadores. Pero lo mejor era el final de la clase, cuando para celebrar todo lo que iban aprendiendo, la tortuga se ponía panza arriba, los animales se subían en su tripa y ella se dejaba resbalar río abajo como si fuera un trineo.

-Yujuuuuuuuuu ¡A tope de velocidad!- gritaban los animales mientras ella se deslizaba río abajo. ¡Qué divertido era el río también en invierno!

Ilustración: Ana del Arenal

Tina y Leo juegan al escondite

Tina y Leo se divierten jugando al escondite

          - 1, 2, 3. 4, 5… y 10!
Papá, mamá, Tina y Leo han salido al jardín a jugar al escondite. La primera que ha empezado a contar ha sido mamá. Papá se ha escondido detrás de uno de los árboles y Tina y Leo detrás de las sillas del jardín. ¡Mamá juega muy bien al escondite! Enseguida les ha encontrado.
Después le ha tocado el turno a Tina. Enseguida ha visto que los rizos de Leo asomaban detrás de una de las grandes macetas junto a la entrada. Juntos, han seguido buscando a mamá y papá. Han mirado otra vez detrás del árbol, debajo de la mesa… pero no les encontraban. Han buscado y rebuscado por todos los sitios que se les ocurrían en el jardín, pero ni rastro.
Tina ha empezado a llamarles. “¡Mamá! ¡Papá!”.
          - ¿Y si se han perdido?, Leo ha empezado a preocuparse.
          - No se pueden perder, es nuestro jardín! Y ellos son mayores y no se pierden! Tina también tenía ganas de que papá y mamá aparecieran de nuevo.
Menos mal que Atila, el perro de Tina y Leo, ha llegado para ayudarles. Ha corrido hacia su caseta, la ha rodeado… y, justo ahí, en la parte de atrás, ha encontrado a mamá y papá. Tina y Leo se han puesto muy contentos. ¡Atila sí que es un campeón del escondite!

Ilustración: Ana del Arenal

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Los dos hermosos dientes del conejo

Un conejo de dientes grandes tiene que ir al dentista para curarse

Había un conejo al que le gustaba mucho comer zanahorias, sobre todo cuando las untaba tanto en azúcar que las convertía en zanahorias de color blanco en lugar de color naranja.

La verdad es que las zanahorias así eran bastante sabrosas pero papá ya le advertía de que comer tanta azúcar iba a hacer que sus dos hermosos dientes, de los que tan orgulloso se sentía, acabaran por estropearse.

-Para cuidar los dientes es importante no comer mucho dulce y cepillárselos todos los días- le recordaba papá.

Una mañana  el conejo se despertó sintiendo un dolor enorme en su boca, y acudió al castor dentista para que le hiciera una revisión, no fuera a ser que alguno de sus dos hermosos dientes se cayera o estropeara.

-Mmmm lo que veo conejo es que de tanta azúcar que has tomado uno de tus hermosos dientes se ha agujereado. Para que ese diente no se dañe más, te voy a poner un empaste a base de barro y hierbas y a partir de ahora, menos azúcar y ¡a cepillarse bien los dos dientes!-

Nada más salir de la consulta del castor, y contento pensando en que seguía conservando su dentadura, el conejo fue a comprar un hermoso cepillo de dientes,  con cerdas de hierba fresca, para usarlo todas las noches después de cenar. Y además, para evitar que sus hermosos dientes se estropearan, decidió dejar de untar las zanahorias en azúcar, y probó a hacerlo en salsa de tomate ¡y qué buenas estaban también!  

Y es que, en realidad, al conejo lo que le gustaba no era ni la salsa de tomate ni el azúcar ¡eran las zanahorias de cualquiera de las formas!

Ilustración: Ana del Arenal 
Lee cuando quieras este cuento infantil sobre un conejo

Los adornos de Navidad


Tina y Leo decoran su casa con adornos de Navidad
Cuando papá ha entrado en el salón, llevaba tantas cajas en los brazos que sólo se le veían los ojos y la punta de la nariz. Tina y Leo le miraban, divertidos.

          - Vamos, no os quedéis ahí. Ayudadme a dejar las cajas en el suelo. Aquí están todos los adornos navideños. ¡Hoy la Navidad va a entrar en esta casa!

Enseguida han comenzado a abrir las cajas. Bolas grandes y pequeñas, guirnaldas de colores, velas estrechitas y velas gordísimas, papanoeles gordinflones… ¡Cuántas cosas!

Mientras Tina y Leo vaciaban las cajas, papá y mamá han sacado el árbol para adornarlo entre todos. Una bola por aquí, una campana por allí… ¡Hasta Atila, el perro, ha colaborado empujando las bolas con el hocico! Para terminar, en lo más alto, la estrella fugaz.

Luego, han colocado los adornos por el resto de la casa. “¡Qué bonito!”, exclamaba Tina una y otra vez.

          - Y ahora, ha anunciado papá, lo más divertido. ¡A cantar villancicos!

Papá ha puesto música y se han sentado los cuatro alrededor del árbol a cantar canciones navideñas. ¡Ya está aquí la Navidad!
Ilustración: Ana del Arenal

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